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La experiencia de Dios conforma y define a Teresa de Jesús. Su vida y su obra tienen como base la vinculación persistente entre creador y criatura; otorgando el protagonismo principal a la manifestación y actuación de Dios en la carmelita abulense. A Teresa se le fue descubriendo esta realidad a medida que avanzaba en el ejercicio de la oración. En ese trato de amistad entre ambos, por el que Dios le hace partícipe de sus dones, y a ella no le queda sino acogerlos en humildad y acción de gracias.
La maestra de oración es consciente de que su vivencia personal goza de una función eminentemente pedagógica. Y así, aunque la grandeza mística de la doctora carmelita es única, su testimonio transciende al personaje, sirviendo de referente del comportamiento divino para con el hombre de todos los tiempos y situaciones.
Si es verdad que Dios lleva el peso en esta relación, no obstante, para que se logre tal propósito, se han de trabajar las condiciones a nuestro alcance. Teresa subraya aquellas virtudes que mejor disponen al creyente para el encuentro con Dios: el amor a Dios y a los hermanos, el desasimiento de todo en vistas a la mayor libertad, y la humildad como garante de la verdad de Dios y de sí mismo.