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La señora Rafaela no pudo estudiar. Pero con su inteligencia, grandes dosis de sentido común y el catecismo bien aprendido de niña, va hablando con gran sensatez, con la disculpa del café y las rosquillas,... Seguir leyendo
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La señora Rafaela no pudo estudiar. Pero con su inteligencia, grandes dosis de sentido común y el catecismo bien aprendido de niña, va hablando con gran sensatez, con la disculpa del café y las rosquillas, de las cosas de la Iglesia de hoy, la vida, su pueblo, lo que cree y entiende. Clara, tan audaz que alguno la tacharía de insolente, sus palabras son un compendio de claridad, firmeza, buena doctrina y una ternura que hace que se deshaga ante cualquier necesidad. La señora Rafaela ya no es una creación literaria, sino que hay ya muchísimas señoras Rafaelas detrás, delante y alrededor de Jorge González Guadalix. Yo mismo entre ellas. Y es que, en verdad, Jorge no inventó nada. Llamó en su auxilio al sensus fidei y ese lo había inventado Dios. Pues ahí está. En la señora Rafaela. Francisco José Fernández de la Cigoña. Si yo fuera papa, haría a doña Rafaela, ya en vida, patrona del sensus fidelium, ese sentido común y católico de los fieles. Bruno Moreno. Querida Rafaela, cuídate. Te necesitamos. Nos haces parecer menos raros, más acompañados. Te atreves a hacer las preguntas que nos hacemos todos y, a menudo, no tenemos la valentía de pronunciar. Nos haces compartir la maravillosa normalidad del sentido común. Juanjo Romero.
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