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Entre los cristianos surge la inquietud por no desviarnos del asunto principal y eje de la fe: CÓMO AHONDAR EN EL MISTERIO DE DIOS que nos llama a su encuentro y cómo renovar la predicación... Seguir leyendo
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Entre los cristianos surge la inquietud por no desviarnos del asunto principal y eje de la fe: CÓMO AHONDAR EN EL MISTERIO DE DIOS que nos llama a su encuentro y cómo renovar la predicación que estimule e impulse un renovado encuentro con Él. Para ello se hace imprescindible una necesaria revisión crítica de imágenes, lenguajes, signos, iconos... con lo que nos referimos a lo divino. Al mismo tiempo hay que reflexionar sobre las idolatrías actuales que amenazan con pervertir y desorientar nuestro trato vital con lo de Dios y, en el fondo, nuestra condición humana. Hablar de Dios es darle espacio en nosotros a quien nos lo da a conocer. Por eso, la posibilidad del encuentro con Dios, que es la fuente y fundamento de la predicación cristiana, pasa por algunas dimensiones sustanciales de la fe: la oración, la contemplación, el estudio, la "soledad habitada" y el silencio, la compasión, la "mística de ojos abiertos"... De la verdad, la bondad y belleza que el ser humano ansía y espera, y que en sus destellos se le revelan, no se puede callar. En la segunda parte, se sigue la pista a algunas huellas de la tradición cristiana y dominicana que, como señales luminosas, nos siguen orientando para renovar con creatividad la predicación: profundizar en el conocimiento (Tomás de Aquino), el vacío como condición para el encuentro (Maestro Eckhart), el deseo apasionado (Catalina de Siena), la necesidad de belleza que nos trasciende (Fra ANgélico) y la justicia como virtud en el mundo de Dios (Bartolomé de Las Casas).
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